Nerdecidades
sábado, 3 de enero de 2015
viernes, 21 de noviembre de 2014
jueves, 20 de noviembre de 2014
TERCIOPELOS, BRONCES Y PORCELANAS
Anochecía
con una persistente lluvia sobre la pequeña población de suntuosas casas. El
caserío se alzaba sobre las entrañas del terreno y oponían su resistencia al
fuerte ventarrón. Los cipreses y los abetos hacían reverencias, con ayuda del
viento, a la luna que cubría el terror de sus ojos con el negro de las nubes
nocturnas. Los parques temblaban con los estrépitos de la seguidilla de
truenos. Los rayos dibujaban garras en las alturas. El incesante sonido del
tiroteo de la lluvia se hacía sentir sobre los tejados.
Dentro
de la mansión de los Ramanelli crepitaban los leños de la chimenea mientras
precipitadas gotas estallaban y se deslizaban sobre los vidrios empañados del
amplio ventanal. Las llamas danzaban dando la única alegría al salón. Los
espejos con marcos dorados reflejaban a Benjamín, el obeso mayordomo, y a
Maria, institutriz de la joven Camila.
Hora
de cenar. Todos en la larga mesa de cedro conversaban animadamente esperando el
caldo pronto a llegar. El señor Ramanelli hablaba con Augusto, el prometido de
su hija, y con su esposa, la elegante señora Sara. Maria corregía la postura de
Camila. Luego de cenar el silencio abandonó la sala y dejó lugar a los
murmullos de la familia. El señor Ramanelli limpió los vidrios del empañado
ventanal y se sentó junto a la botella de su licor favorito. Allí permaneció
inmóvil mirando hacia el parque de inquietos árboles durante algunas horas. En
la casa las luces se apagaron, solo quedó un candelabro de cuatro resplandores
que alumbraban tenuemente un cuerpo vencido por el alcohol y una familia
rodeándolo. El licor utilizó la boca del señor Ramanelli para contar lo
acontecido en una población cercana.
“El
miserable ciego vivía en una hermosa casa del otro lado del río. El paisaje era
más que paradisíaco. La alta casa se reflejaba sobre el espejo de las aguas del
rio que dejaba al descubierto las piedras alfombradas de musgo. Los árboles se
amontonaban sobre las márgenes de las aguas dejando caer sus hojas pardas para
ser transformadas en caprichosos barquitos de papel. Detrás de la casa se
extendían vastos trigales auríferos. Pero toda esa belleza contrastaba con el
odio y la avaricia del viejo Marcos.
El
vivía en su silla de ruedas con el pesar de su ceguera. Su silla era empujada
por Domingo, casi un hijo que llegó a la casa cuando aún era un bebé en una canasta abandonada en el umbral
de la puerta. Era la persona mas fuerte de la comarca, no así su débil
inteligencia que era aprovechada por el astuto viejo. De tez morena y grandes
dientes blancos, frecuentemente revelados por una amplia sonrisa. Él haría
cualquier cosa por su amo.
En
la casa también vivía Ana, La hija del ciego. Ella era hermosa, sus cabellos
como el sol y sus celestes ojos solo existían para el gallardo e inescrupuloso
joven Ferré.
Meses
después se celebraba una boda en la capilla aldeana.
A
la paz de una cabaña pronto se sumó la ternura de una madre y la alegría de un
primogénito varón. Esa noche en que la luna se bañaba en miel, el mezquino
ciego se bañaba en indiferencia y al joven Ferré lo ahogaba la felicidad del
hedor de un vino barato.
- Cuando muera el miserable viejo mi
felicidad será completa y seré el hombre mas rico de la comarca- Pensó durante
su feliz embriaguez.
Un día regresaba Ferré con su
pesado cansancio cuando de repente, sus ojos ávidos centellaron. El viejo
estaba solo en su silla de ruedas.
Al
llegar Domingo encontró una silla solitaria.
En
la ladera de la colina se veía la silueta de Ferré cargando dificultosamente al
viejo, que golpeaba débilmente la espalda del fornido muchacho. Avanzaron rio
abajo largo rato hasta llegar al sitio donde el apacible lecho se transformaba
en una fuente ensordecedora de
estrépitos. Las aguas se estrellaban impetuosamente contra la consistencia de
las rocas y luego de jugar a los remolinos se perdían en un conjunto de
rápidos. Una infortunada rama cayó al rio; sus quebradizos brazos daban
desesperados manotazos sobre las piedras tratando de salvar su débil y seco
cuerpo, pero de ese infiernillo de golpes y cascadas nadie podría escapar. El
joven y el ciego forcejeaban entre las matas y las espinas. El mas fuerte
surgió vencedor al desmayar de un golpe a su oponente. Entonces se inclinó para
tomar al viejo. El cuerpo sintió la fuerza de las tenazas de unos terribles
brazos, fue arrastrado, luego arrojado con ímpetu formidable desde el puente de
piedra al infiernillo de turbias aguas. Entonces el ruido de las blancas
cascadas fue mas ensordecedor que nunca. Al levantar la mirada el sorprendido
joven vio sobre el puente de piedra la figura de Domingo, el causante de que
sus sueños de riqueza se desvanecieran al igual que su ambiciosa vida…”
La
señora Ramanelli interrumpió el relato y con ayuda de Benjamín incorporó a su
esposo para llevar su vencido cuerpo a
su cuarto.
La
lúgubre casa estaba silenciosa. Solo se divisaba la luz de un candelabro. El
dueño de casa se dirigió nuevamente al sillón y allí se adormeció con la
humedad del alcohol en sus labios.
Ahora
si. Solo permanecían un par de ojos abiertos.
Al
día siguiente por los amplios ventanales se podía ver a la señora Ramanelli y a
sus allegados, vestidos de amargura con trajes color noche. Todos munidos de
negros rosarios. Al tiempo que las cuentas caían una a una entre los dedos de
Camila, sus ojos mostraban diamantinas lágrimas.
La
viuda Ramanelli sabía muy bien quien era el causante de tanto dolor. Ella era
la única conocedora, junto a su difunto marido, del mas recóndito secreto que
anidaba en Benjamín. Él era el niño fruto de la ambición y la pureza. Él era el
hijo de Ferré y Ana.
En
el corazón del mayordomo se agitaba un terrible odio que solo sería saciado con
el silencio del señor Ramanelli pues el pobre Benjamín no soportaba escuchar el
recuerdo de sus padres en la boca de su amo.
El
mayordomo huyó del lugar la misma noche del asesinato. Nunca mas se supo de él
aunque el viento traía rumores de que vivía solo en el bosque con sus
presagios.
Augusto
y Camila se fueron juntos en busca de nuevos horizontes. Solo una amargada y
canosa mujer vestida de luto y rodeada de terciopelos permanecía allí.
En esa tenebrosa y obscura mansión aún se ve
por sus ventanales tirado en el sillón el cuerpo de quien una noche, su vida
entró en el silencio eterno por culpa de un falso amigo, el alcohol.
En
esos momentos cayeron pesadamente los vastos telones rojos con bordados en
dorado. Las manos del público se entregaron al aplauso emitiendo vivas
exclamaciones a los actores. El telón volvió a mostrar la estupenda
escenografía.
Los
actores sonreían y desde sus ojos saltaban centellas de alegría. Algunos se
abrazaban, otros lloraban, solo uno se ausentaba pero la ovación no permitía notarlo. El debut fue
todo un éxito. El actor que representaba al señor Ramanelli estaba reposando
aún en el sillón. Una maquilladora se le acercó y notó que sus ojos sin brillo
estaban ausentes del gran jolgorio.
Cerca
de allí el artista Joaquín Gonzuar, que representaba a Benjamín era capturado
en un fallido intento de escapar de las manos de la ley. Pero esa es otra historia…
1° premio “Mes de Santiago. Julio 1992”
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